lunes, 11 de noviembre de 2013

El macareno Queipo de Lano

El contexto. Últimamente esta palabra se está convirtiendo en el gran comodín para la defensa de lo imposible. “Sacar de contexto” supone, casi siempre, una muletilla con la que exonerar al pedazo de carne bautizado que haya dicho cualquier barbaridad. Es lo que ocurre casi siempre con esa vena fascista que con tanta frecuencia les sale a los herederos del franquismo que, además, no quieren que los llamen así (recordarán ustedes aquella clausura de la constitución de la madre del PP,  Alianza Popular, con tres mil asistentes gritando entusiasmados: ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!).

Todavía quedan, incluso “eruditos”, que consideran que la violencia represora de la dictadura se dio en el “contexto” de aquellos años. Son los mismos que cuando se quiere hablar de las burradas y asesinatos que cometieron las hordas de Fernando III cuando ocupó Córdoba y la de cientos de personas que mandó pasar a cuchillo, por aquello de que la Iglesia lo nombró santo, salen en tromba para justificar que aquellas matanzas hay que entenderlas dentro del “contexto” de entonces, como si la violencia, los tiranos y dictadores, los asesinos y represores tuvieran algo que ver con aquellos tiempos por muy santos que fueran, y cuando toda la historia, toda, hasta el mismo día de hoy, es un contexto de violencia y represión. No. Es una gran mentira. El “contexto” no exime ni justifica ninguna responsabilidad, todo lo más podría explicarla. El “contexto” ha sido casi siempre la gran excusa de los canallas. Pero queda bien.

Verán ustedes. La “Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestra Señora del Santo Rosario, Nuestro Padre Jesús de la Sentencia y María Santísima de la Esperanza”, la Macarena, para entendernos, tiene en su seno enterrado a dos preclaros hermanos: Gonzalo Queipo de Llano y Francisco Bohórquez Vecina, el auditor de guerra, tanto monta, monta tanto. Eran los nuncios del Papa los que tenían que autorizar entonces esas inhumaciones dentro de los recintos sagrados. En el caso del hermano Gonzalo no sabemos con exactitud si se pidió autorización (bueno era él para esas cosas), aunque para el hermano Francisco sí la dio el nuncio Ildebrando Antoniutti, que vio con buenos ojos que tan piadoso individuo fuera enterrado allí y no en el cementerio de San Fernando, porque, ¡vaya por Dios!, ¿cómo tan ilustres hermanos de Cristo podían mezclarse con el resto de los mortales?

Eran demasiados los favores que se les debían a los dos como para llevarlos a un panteón normal y, agárrense, están allí por sus méritos con la Macarena. Y no hay que sacar las cosas de “contexto”, que allí no están por represores. El uno, Gonzalo, hermano mayor honorífico, por procurarle una sede a la Señora y el otro, Francisco, hermano mayor durante tantos años, por el esplendor que consiguió para la Hermandad. Y ¿qué tiene ver eso con que tanto uno como otro fueran las cabezas más señaladas de la represión de millares de sevillanos? Las cosas como son, no seamos brutos, ellos están allí por esos servicios a la Hermandad. Ese es “el contexto”. Lo demás es “política”. Y la Hermandad no entra ni sale de otras consideraciones.

La Hermandad ni escucha ni recuerda, la Hermandad es La Macarena y ¡Viva la Macarena guapa”. Además, su lema es suficientemente ilustrativo: “Yo soy la verdad y Esperanza Nuestra, Salve”. Y eso es lo que hay. ¿Que mayor verdad que esa? Podían haber enterrado allí también al cardenal Ilundain, que consiguió de Queipo que no se fusilara en domingo, con lo que las misas de la basílica se vieron libres del molesto ruido de las balas de los fusilamientos en la cercana muralla e incluso en las próximas tapias del cementerio, desde donde se escuchaban tan nítidamente en las madrugadas.

Perdonen un inciso. Cuando me refiero a Queipo de Llano estoy hablando del mismo que en el Diccionario Biográfico Español se define como el jefe militar que contribuyó de manera decisiva al triunfo de las armas “nacionales” y donde, como es natural conociendo quién hizo su entrada, Rafael Casas de la Vega, se olvida de que fue un traidor a la República, un criminal de guerra y máximo responsable de la muerte de millares de andaluces. Lo digo porque algunos lectores podrían confundirse y pensar que hablamos de persona distinta.
Pero he aquí que, con demasiada frecuencia, se escuchan protestas de por qué los dos señalados hermanos están allí enterrados. Algunos se echan las manos a la cabeza y se preguntan que cómo es posible semejante barbaridad. Otros no dejan de pedir que los restos salgan de allí, que los echen al río, que los dejen en una cuneta, en un basurero, en una fosa común (aclaremos que en las fosas comunes del cementerio de San Fernando de Sevilla sería complicado ya que están llenas con más de cuatro mil víctimas), etc. Y eso no está bien. Además, la Hermandad no ha pedido la opinión ni el voto de estas personas para nada.
Con esto de los votos me acuerdo de Queipo cuando iba a los barrios sevillanos y empezaba casi siempre diciendo: no venimos como otros a pedir votos. No me dirán que no era un buen golpe del que había acabado con la democracia. Pues lo hay incluso mejores, como el alcalde popular de Las Palmas de Gran Canaria, el señor Cardona, que nos ha dicho hace poco que eso de los fusilados en fosas comunes era una costumbre de la época, de aquellos que no tenían dinero para pagarse un nicho y, además, que la fosa está perfectamente identificada. La fosa, claro, no los asesinados.

Por favor, que no salgan nunca de allí los restos del hermano Gonzalo y del hermano Francisco. Allí están a buen recaudo. El hermano Gonzalo, además, está bajo cinco losas de hormigón y la lápida. Es una gran garantía para que no se mezclen con otros. Por lo que más quieran, no pidan nunca que los saquen de allí. Háganme caso. Háganlo por mí o, por lo menos, por la Macarena. Dejen en paz esa unión de la Macarena con sus hermanos, de la espada con la cruz, de la Iglesia con los sublevados. Después de todo, si ambos hicieron lo que hicieron, fue en una Cruzada bendecida. Así fue y así debe ser, no molesten.

Cuando se murió el hermano Gonzalo se dieron misas por él en todas las comunidades religiosas de Sevilla y no menos cuando murió el hermano Francisco, por el que también se oficiaron once misas más. Es muy probable que ambos estén en el cielo. Estoy casi seguro. De lo que ya no lo estoy tanto es de cómo será ese cielo para acoger a tan preclaros hermanos. Un fervoroso católico y compañero, que propagaba con fuerza sus creencias, me dijo una vez que el cielo era mejor aún que un buen cargo en la FIFA o en el Comité Olímpico. Pero otro viejo amigo me comentaba siempre que no se me ocurriera nunca ir allí, porque me encontraría otra vez con ellos.

Los jefes de la sublevación, Queipo entre ellos, nunca fueron juzgados por rebelión militar porque para algo ganaron. Pero la historia, aunque les pese, siempre dispone de un estercolero donde depositar la basura que se acumula en ella sin cesar, diga lo que diga el Diccionario Biográfico Español de este “jefe” militar. Por cierto, recuerdo cuando en las últimas elecciones democráticas de la Segunda República, la derecha aglutinó toda su campaña en el Jefe, que en aquel caso era Gil Robles: Sigamos al Jefe, el Jefe nos guía, el poder al Jefe, todo para el Jefe. No faltaban mensajes que intentaran emular el caudillismo del fascista Mussolini o de Hitler. Mientras, en los retretes de los bares sevillanos, aparecía siempre la misma leyenda: No tirad de la cisterna, todo para el Jefe.

¡Ay! Macarena…

José María García Márquez
Investigador e historiador 

Feunte: blogs.publico.es/memoria-publica

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