Las directivas del
general Emilio Mola, autoerigido en director de la conspiración y el
golpe, no dejan lugar a dudas: "Se tendrá en cuenta que la
acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible
al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego serán
encarcelados todos los directivos de los partidos políticos,
sociedades y sindicatos no afectos al movimiento, aplicándose
castigos ejemplares a dichos individuos para extrangular (sic) los
movimientos de rebeldía o huelgas".
Al redactar el bando de
guerra, firmado por el general Queipo de Llano en Sevilla el 18 de
julio de 1936, el teniente coronel de la Auditoría de Guerra
Francisco Bohórquez y el comandante de Estado Mayor José Cuesta
interpretan aquellas directivas del modo más duro y laxo que
imaginarse pueda. Pues, según dicho bando, serán sometidos a
juicio sumarísimo y pasados por las armas:
"Los directivos de los sindicatos
cuyas organizaciones vayan a la huelga" (…)
"Todos los que se encuentren con
armas (largas o cortas) en su poder o en su domicilio" (…)
"Los incendiarios, los que
ejecuten atentados por cualquier medio a las vías de comunicación,
vidas, propiedades, etcétera y cuantos por cualquier medio
perturben la vida del territorio de esta División".
Según Cuesta, Queipo hace sólo leves
retoques al bando. Pero su mano se adivina en el último párrafo:
"Espero del patriotismo de todos
los españoles, que no tendré que tomar ninguna de las medidas
indicadas en bien de la Patria y de la República".
Se diría que Queipo siente vértigo
ante el precipicio al que le empuja Cuesta y en el que los militares
sublevados precipitan a España.
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Calle Rodrigo de Triana (agosto 1936) |
Liquidadas, entre el 21 y el 22 de
julio de 1936, las barricadas de los barrios obreros de Sevilla
(Triana, Macarena, San Bernardo, etcétera) la madrugada del 23 son
fusilados, sin previa formación de causa ni juicio alguno; el jefe
de la Guardia de Asalto, comandante José Loureiro; el capitán
Justo Pérez y el sargento Pedro Cangas, del mismo cuerpo; y el
presidente del sindicato obrero de la Pirotecnia Militar (UGT)
Rafael Carrasco. Queipo se jacta de estos fusilamientos en su charla
por Radio Sevilla, a las diez de la mañana del mismo día.
Al siguiente son fusilados "a
espaldas del cementerio", según consta en el Registro Civil,
entre otros: el capitán de la Guardia de Asalto José Álvarez; y
los militantes del PSOE Manuel Rubio y Francisco Grillo, alcalde y
jefe de la Policía Municipal de Dos Hermanas respectivamente. Ni a
éstos, ni a varios miles de fusilados en Sevilla durante los meses
siguientes, se les instruye juicio alguno. Los consejos de guerra
sumarísimos y ejemplarizantes son contados a lo largo de la segunda
mitad del 36 y sólo se generalizan a partir de primeros del 37.
Asaltadas las barricadas de Sevilla,
la obsesión de Queipo y demás es acabar con la huelga general, que
se prolonga en algunos gremios hasta los últimos días de julio del
36. Durante éstos y los primeros de agosto, fusilan casi todas las
noches a sendas tandas de obreros "en las inmediaciones del
cementerio", tal y como reza el mismo registro civil. El
1 de agosto parece ser el día más sangriento, con un buen puñado
de fusilados registrados, entre los que se encuentran significados
dirigentes obreros; como el panadero José Ropero Vicente,
concejal del PCE del Ayuntamiento de Sevilla.
Agosto se percibirá como el mes en
que, a un lado y otro de las barricadas y los frentes, España
comienza a desangrarse en una guerra civil de exterminio. Así lo ve
el poeta sevillano Joaquín Romero Murube, católico, conservador
del Alcázar de Sevilla, que en los primeros días de la guerra
ingresa en Falange Española. He aquí el poema que se atreve a
publicar en 1939 en una ominosa antología titulada Poetas del
Imperio:
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octavilla lanzada por el perjuro Queipo de Llano |
No te olvides, hermano, que ha
existido un agosto / en que hasta las adelfas se han tornado de
sangre, / y que en el claro viento las rosas de la muerte / se
abrían en estampido del odio de los hombres. / No te olvides,
hermano, que bajo las estrellas / los fusiles han dicho sus
postreras palabras / cuando un escorzo de hombre se llevaba
las manos / al hueco de las húmedas heridas / Por la noche pasaban
los carros de la muerte / colmados de un silencio de carnes y
pizarras. / Conviene no olvidar los gritos del suplicio / ni el
perdón desoído, / ni los juramentos, ni las maldiciones, / ni cómo
la tierra, a veces, hablaba y se movía / y en algunos ojos /
quedaban para siempre turbias las estrellas. / Conviene no olvidar
el terror de la huida / ni el paso por el bosque de las balas / ni
la espera, la angustia, la sed, los sacrilegios / y tantos veinte
años destrozados a cuchillo. / Morir sobre el asfalto es hacerlo a
uno río. / Sin ataúdes ni banderas. / Cuando un hombre cae
en plena calle / su sombra que se fuga es su última amante. / En
esta angustia de la noche / llena de charcos de sangre, / cuando uno
se encara con su conciencia y grita / el porqué de la locura / te
nacerá, hermano, una paz dentro del pecho / y por todo lo que no
puedas decir con tu palabra, / grita hondo y muy alto: / ¡¡España!!
Según el ex gobernador republicano
José María Varela, la primera saca de presos de la cárcel
provincial de Sevilla tiene lugar la noche del 5 al 6 de agosto de
1936. Forman parte de ésta entre otros, el presidente de la
Diputación, doctor José Manuel Puelles (UR); el delegado
provincial de Trabajo, doctor José L. Relimpio (UR); el
concejal de IR Hipólito Pavón, empleado del Puerto; y el
abogado republicano Rafael Benavente. El registro civil no
especifica dónde son fusilados, pero por testimonios sabemos que es
en tierras del cortijo de Hernán Cebolla, a la altura del kilómetro
4 de la carretera de Carmona.
Dos señoras, cuñadas del doctor
Relimpio, esposas de sus hermanos Federico y Ángel, después de
mover Roma con Santiago intentando salvarlo, van en taxi aquella
madrugada al fatídico lugar. No encuentran el cadáver de su
cuñado, pero sí los de otros fusilados, esparcidos por el suelo.
Acto seguido las dos mujeres se dirigen al cementerio, a cuyas
puertas un sepulturero les entrega las gafas y el reloj del doctor
Relimpio, cuyo cadáver acaba de ser trasladado junto a otros en
un carro y arrojado a la fosa común.
Durante todo el mes de agosto y
siguientes, son casi diarias las sacas de la prisión provincial y
las múltiples cárceles improvisadas, coordinadas por el jefe de
Orden Público, comandante Manuel Díaz Criado, fanático
monárquico. Entre multitud de anónimos trabajadores, se diezma a
las élites republicanas y de izquierdas de Sevilla. La noche del 6
al 7 de agosto fusilan, entre otros a Miguel Mendiola, primer
teniente de alcalde y virtual candidato a alcalde por el partido de
Unión Republicana de Martínez Barrio. Mendiola había sido
secretario regional de la CNT en los albores de la República.
La noche del 7 al 8 fusilan, entre
otros, al diputado a Cortes del PSOE por la provincia de Sevilla
José Moya, tranviario; al concejal de UR Rafael Amado
y al doctor Antonio Ariza, republicano y andalucista. A la
noche siguiente fusilan, entre otros, al teniente de alcalde del
PSOE, doctor Emilio Piqueras. Un sacerdote llamado don Trinidad, que
protesta con energía en el palacio arzobispal por este
fusilamiento, es encarcelado en los sótanos de la plaza de España
con los presos de izquierdas, que no entienden por qué está el
cura allí y le hacen el vacío.
Pero la saca más famosa es la de la
noche del 10 al 11 de agosto de 1936, de la que forman parte el ex
alcalde y diputado a Cortes de UR, doctor José G. y F. de
Labandera; el también diputado a Cortes y secretario provincial
del PSOE Manuel Barrios, maestro nacional y empleado de los
Juzgados; el teniente de alcalde de IR Emilio Barbero,
empleado de los ferrocarriles; el militante de UR y secretario de la
masonería andaluza Fermín de Zayas Madera, funcionario de
los Arbitrios Municipales; y el profeta andalucista Blas Infante,
abogado y notario. Los cinco son fusilados, como tantos otros, en
las citadas tierras del cortijo de Hernán Cebolla, a la altura del
kilómetro 4 de la carretera de Carmona.
El doctor Labandera, como alcalde de
Sevilla, había exhibido una gallarda actitud frente al general
Sanjurjo, sublevado al frente de la guarnición el 10 de agosto de
1932. El doctor Puelles, como dirigente provincial republicano,
también se había opuesto activamente a la intentona. Los militares
y civiles golpistas ni olvidan ni perdonan a quienes se les
resisten.
Así, el 16 de agosto de 1936 es
fusilado ante las murallas de La Macarena el general Miguel
Campíns, comandante militar de Granada que, entre el 18 y el 21
de julio, se había negado a seguir a Queipo de Llano, sublevado al
frente de la guarnición de Sevilla y que intenta hacerse obedecer
por toda la Segunda División. Ni siquiera el autoproclamado jefe
del Ejército de África, general Franco, que permanece en Sevilla
entre el 7 y el 16 de agoto, instalado en el palacio de la marquesa
de Yanduri, puede salvar al amigo que había sido jefe de estudios
de la Academia General Militar de Zaragoza bajo su dirección.
La sangría de agosto se lleva por
delante al comandante de Aviación Luis Burguete Reparaz,
fusilado el 20; al concejal de UR Laureano Talavera, maestro
y profesor de la Escuela Normal, al doctor José Carmona, del
sindicato de médicos de la UGT, y al industrial republicano Ismael
Pérez-Gironés, fusilados los tres el 22 de agosto; al
industrial de Cazalla de la Sierra Antonio Tirado, delegado del
Gobierno en la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir,
denunciado como masón en la prensa de los sublevados, y al doctor
Jesús Martínez, dermatólogo, acusado por los nazis de Sevilla
como aliadófilo durante la Primera Guerra Mundial, fusilados ambos
el 25 de agosto; al capitán de Infantería retirado Julio Carmona,
fusilado el 29 de agosto, y un largo etcétera.
El 31 de agosto son fusilados, tras
ser condenados en consejo de guerra, cincuenta y tantos mineros de
la columna venida de la Sierra de Huelva el 19 de julio de 1936,
traicionada y destrozada ante la barriada de La Pañoleta en Camas
por el comandante de la Guardia Civil Gregorio Haro, de infausta
memoria como gobernador civil de Huelva, nombrado a continuación
por Queipo. Según el registro civil de Sevilla, los mineros son
ejecutados en tres tandas a la salida de la calle Pagés del Corro
en el popular barrio de Triana, en las murallas de La Macarena dando
hacia la Ronda; y en Ciudad Jardín.
Artículo publicado en el Diario de Sevilla por Juan Ortiz Villalba, Catedrático del IES y profesor asociado de la Universidad Pablo de Olavide | Actualizado 15.08.2011 - 07:15
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