El alcalde republicano de Sevilla, Horacio Hermoso
Araujo, de 36 años, padre de familia, con dos hijos menores de edad,
era un hombre de paz. Le tocó presidir un Ayuntamiento en el que su
grupo municipal, Izquierda Republicana, tenía sólo cinco
concejales, que, unidos a los quince de Unión Republicana, los cinco
del PSOE y los cinco del PCE, formaban el gobierno de la ciudad.
Las derechas tenían veinte concejales en aquel
Ayuntamiento. Tendiendo puentes hacia unos y otros, Horacio Hermoso
tuvo que afrontar difíciles circunstancias, como las inundaciones de
marzo del 36, las asfixiantes deudas que había dejado la Exposición
de 1929 o la celebración de la Semana Santa de 1936.
Su tolerancia y firmeza logró que ésta fuera de
extraordinaria normalidad dentro de la República. Salieron todas las
cofradías y el Ayuntamiento cedió al Consejo de éstas el importe
del alquiler de las sillas de la carrera oficial. Todo hubiera sido
normal si la “buena sociedad” sevillana no hubiera boicoteado el
alquiler de los palcos de la Plaza de San Francisco en un intento
fallido de deslucir aquella última Semana Santa republicana de
Sevilla. Los niños de los hospicios ocuparon los palcos
aristocráticos, que fueron pagados por el Ayuntamiento y por el
ministro de Justicia, el abogado sevillano Manuel Blasco Garzón.
Cuando el Comandante de Intendencia sublevado
Francisco Núñez llamó a las puertas del Ayuntamiento de Sevilla,
el alcalde Horacio Hermoso no opuso resistencia y ordenó abrir las
puertas de la Casa Consistorial a los militares. Luchaban ya éstos
contra la Guardia de Asalto, leal a la República, en la Plaza Nueva
y alrededores.
En el salón de plenos del Ayuntamiento los
militares sublevados de Intendencia encontraron detenido y liberaron
al capitán de Infantería Carlos Fernández de Córdoba, falangista.
Éste había sido enviado al frente de una Sección de Ametralladoras
a la Plaza Nueva, para reforzar a la Compañía mandada por su
compañero el Capitán Ignacio Rodríguez Trasellas, que acababa de
proclamar el estado de guerra en nombre del General Queipo de Llano y
se hallaba en situación muy comprometida. La Guardia de Asalto, leal
a la República, echó fuera de la plaza a la Infantería sublevada e
hirió levemente en una oreja y detuvo al capitán Fernández de
Córdoba. Conducido éste al Ayuntamiento por los guardias de asalto,
allí, el alcalde Horacio Hermoso se opuso a que lo vejaran o
agredieran en manera alguna y ordenó que le hicieran una primera
cura y lo recluyeran en el salón de plenos. De éste lo liberaron
las tropas de Intendencia cuando ocuparon el Ayuntamiento. Acto
seguido, detuvieron al alcalde y al único concejal presente, Ángel
Casal, “Rey de los Bolsos”, popular comerciante de la calle
Sierpes y miembro de U.R. Ambos fueron conducidos al Cuartel General
de la División, mandada ya por el insurrecto Inspector General de
Carabineros, el General Gonzalo Queipo de Llano. Tan pacífica,
moderada y humanitaria actitud no le serviría de nada al alcalde
republicano de Sevilla Horacio Hermoso. Pues, en la atroz represión
que siguió al estallido de la guerra, los sublevados lo fusilaron el
29 de septiembre de 1936. Por su parte, el Capitán falangista Carlos
Fernández de Córdoba, al que, hallándose herido y en más que
comprometida situación, tan generosa y humanamente protegió el
alcalde republicano la tarde del 18 de julio de 1936, no se dignó
hacer gestión alguna para salvar la vida de éste.
El 18 de julio del 2006 con motivo del 70
aniversario de su detención y posterior fusilamiento, el
Ayuntamiento de Sevilla acuerda colocar un pergamino como recuerdo y
homenaje a su figura.
Asímismo tiene dedicadas dos vías públicas de la
capital hispalense, la calle Horacio Hermoso Araujo y la plaza
Alcalde Horacio Hermoso Araujo, ambas en el barrio de Tiro de Línea,
donde residía.
Fuente: Ayuntamiento de Sevilla
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