sábado, 23 de noviembre de 2013

Repitiendo obviedades

Algunas cosas parecen tan obvias que da un poco de pudor recordarlas,  pero lo cierto es que estamos viviendo un tiempo tan brutal que lo evidente ha dejado de serlo. Esta semana no ha sido posible escaparse del video antiaborto que ha publicado Duarte Falcó y de la Cierva, nada menos. En otro tiempo este video provocaría risa, ahora provoca un enorme cabreo. Un señorito bodeguero de 19 años decide por su cuenta implicar a una serie de pijos y pijas infumables en una campaña que quiere recortar derechos a las mujeres. Hay quien dice que este video no se puede tomar en serio; es posible. Pero vivimos un tiempo en el que las agresiones a nuestros derechos básicos son tan salvajes que hasta los pijos descerebrados se animan a sumarse a la rapiña. Si se lo podemos quitar todo, habrá ¿pensado? ese Duarte, ¿por qué no voy a participar? Así que él, desde la altura de los barriles de vino de su padre y de su apellido compuesto, se atreve a opinar sobre los derechos de las mujeres. Mujeres, las que necesitan de la ley para abortar en buenas condiciones, que en nada se parecen a Tamara Falcó que si necesitara abortar no habría ley que la detuviera; las ricas han abortado toda la vida de dios. De dios precisamente nos habla Tamara Falcó entre mohines. Estas personas que se preocupan tanto por los fetos tienen la costumbre de amar mucho a dios.

También el ministro Fernández Díaz ama mucho a dios;  al parecer es de misa diaria. Mientras que aman y dios y se preocupan por los embriones no parece que  se preocupen nada por los seres humanosdesesperados que se lanzan cada noche contra la valla llena de cuchillas que el piadoso ministro del interior ha ordenado colocar en la frontera que separa una España llena de pobres que rebuscan en la basura para comer, y un mundo en el que no se encuentra comida ni siquiera en la basura. En la valla se dejarán la piel, la carne y puede que la vida pero eso no importa porque estas personas no cuentan absolutamente nada; es obvio que los embriones son una cosa y los africanos pobres otra muy distinta. También creo que aman a dios Rajoy y la ministra Ana Mato que mientras van a misa es posible que piensen en cómo recortar más en sanidad para las personas que no pueden pagarla. Rezan con una neurona y con la otra condenan a muerte o a enfermedad a ancianos, personas sin recursos, gente que necesita una buena sanidad pública. Claro que de eso ni se enteran; la gente corriente somos peones que mueven a su antojo con el objetivo de ganar dinero ellos o sus amigos empresarios. Seguramente Rajoy o Ana Mato ignoran completamente el número de personas que se han quedado en el último años sin tarjeta sanitaria en España, es decir, sin derecho a recibir médica. Son 873.000 personas sin contar las que no pueden comprar los medicamentos gracias al repago. Y, señor Rajoy, las cuchillas cortan la carne, sí.

Sabemos de sobra que los ricos pijos suelen amar mucho a dios,  y es normal; amar mucho a dios debe suponer tanto esfuerzo que ya no les quedan fuerzas para amar al prójimo. A todas estas personas ni les preocupan los embriones, ni las mujeres, ni nadie excepto los que son como ellos, es decir, lo que les preocupa son sus privilegios de clase, que es lo único que en realidad defienden con sus políticas. Para ello se rebelan contra la idea de igualdad que no sólo les es ajena, sino que les resulta profundamente peligrosa.  Vivimos en una sociedad injusta en la que los poderosos se esfuerzan cada día por pervertir el significado de las palabras, especialmente de las palabras más nobles: libertad, igualdad, ética, honradez, solidaridad. Se apropian de su significado y nos lo pretenden devolver convertido en su contrario. Por eso en esta sociedad es posible llamar “asesinas” a mujeres que toman la decisión de no continuar con un embarazo no deseado, que toman una importante decisión respecto a su propia vida y que se reclaman dueñas de sus cuerpos; pero, en cambio, llamar asesinos a quienes ponen cuchillas en una valla sabiendo que en esas cuchillas se van a dejar la carne otros seres humanos que sólo buscan vivir mejor, puede costar una multa, quién sabe si la cárcel.

Por el momento puede que estén ganando sí, pero aunque no podamos gritarlo en una misa, aunque no podamos gritárselo a los responsables, aunque no se escriba en los periódicos ni se diga en los telediarios, las personas decentes sabemos quiénes son los que matan y no son las mujeres que abortan. Tal como está la cosa terminaremos todos en la cárcel por decir obviedades pero, aun así, seguiremos diciéndolas.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)

http://beatrizgimeno.es

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