jueves, 21 de noviembre de 2013

Treinta días más de incertidumbre para Enrique y Luisa

Son poco más de las ocho y media de la mañana en la Barriada El Carmen, en Triana, y el termómetro marca nueve grados. En la calle Manzanares, en una pequeña plazoleta interior conformada por los bloques de viviendas y presidida por tres brachichiton de cuyos alcorques brotan enormes jazmines, la gente se apelotona ante la puerta de la torre 9. En un arriate junto al único banco de hierro, situado en el centro de la plaza, crece a su antojo un pequeño laurel del que pende una nota escrita en papel en la que se puede leer: “al que coja una rama del laurel se le va a caer la mano”. Una cuadrilla de cuatro operarios se afanan en la pintura de la fachada del bloque, subidos a un amplio andamio metálico y una grúa.

Una escalera estrecha y empinada, de escalones desgastados por incontables pasos, conduce hasta el tercer piso. El ascensor no responde a las llamadas. Desde dentro de la puerta A, una voz grave invita a entrar a quienes llegan por el rellano. Al final de un pequeño pasillo que huele a polvo espera sentado Enrique Gutiérrez. La sala apenas puede albergar a la media docena de personas que se agolpan en torno al sillón de su improvisado anfitrión.

Delante de él, un montón de papeles se apilan y entremezclan con fotos en las que su madre, Luisa, aparece magullada tras una caída reciente. De vez en cuando, dos mujeres con vestimenta sanitaria cruzan a duras penas la estancia cargadas con barreños de agua, toallas y otros enseres de aseo. Desde la habitación contigua llega el runrún de la charla que las dos asistentas de ayuda a domicilio mantienen con la madre de Enrique. Postrada en una cama a causa del alzheimer, la anciana de 93 años confunde a dos periodistas con mozos de carga del muelle del puerto.

Enrique resopla ante la presencia de los medios. Intenta tomar aire y calmar sus nervios desbocados ante la amenaza de un desahucio que por el momento se está postergando. Abajo, el sol todavía no ha rociado sus rayos sobre los rincones de la diminuta plazoleta y la gente busca resguardo al abrigo de las fachadas. “La espera va a ser larga”, anuncia un miembro del 15M de Triana. Aún no se sabe si el alzamiento va a tener lugar o no, porque se rumorea que el piso ya ha sido adjudicado. Cuando el primer rayo de sol se asoma por encima de las azoteas, la gente concentrada ante el portal se arremolina en corrillos buscando su calor. “Hay que intentar aguantar toda la mañana por si vienen más tarde”, advierte una mujer ataviada con la camiseta verde de la PAH.

En una lucha por mantener la compostura, Enrique explica el origen de una situación que comenzó en 2006.
Entonces, él y su madre decidieron refinanciar todas sus deudas a través de Credimosvi, una sociedad propiedad de Javier Ostos Osuna. La operación consistía en la concesión de 215.000 euros que tendrían que pagarse en seis meses. En el proceso se incluyó el piso de 60 m2 en el que viven. Fue construido en los años 60 y los financieros lo tasaron en casi 400.000 euros.

Tres meses antes de completarse la operación puente para transferir la deuda a Caixa Galicia, el gestor de la empresa falleció de cáncer y nadie comunicó la operación de refinanciación a Ostos, su socio. Estas circunstancias provocaron que Credimosvi no liquidara con el BBVA una deuda de casi 13.000 euros que la familia ya había pagado. Con el tiempo, los intereses han incrementado esa cantidad hasta los 24.000 euros. Hoy sigue constando como deuda viva. Enrique denunció en marzo de 2011 a la sociedad financiera por estafa. Sin embargo, la demanda no fue registrada en el juzgado hasta el pasado 15 de noviembre, a petición expresa del denunciante a su procuradora de oficio. Las causas del retraso se desconocen.

La legislación establece que un proceso civil como el desahucio de Enrique y Luisa debe paralizarse si la empresa que lo solicita está inmersa en una denuncia penal, como es el caso de Credimosvi. Pero el hecho de que la demanda por estafa de Enrique no constara como registrada para la Audiencia Provincial hace que ya no haya tiempo para detener el lanzamiento. Tanto él como miembros del 15M de Triana apuntan que la jueza del juzgado de primera instancia número 25 ha dado orden de no conceder información alguna a Luisa y su hijo, ya sea por vía telemática o en persona en el juzgado.

Conforme Enrique concluye su relato de los hechos, los nervios vuelven a apoderarse de su cuerpo. Vocifera y golpea un par de veces los papeles amontonados en la mesa. “¿Ahora qué vamos a hacer, cómo vamos a solucionar esto?”. Varios miembros de la PAH que lo acompañan lo animan a desahogarse y lo tranquilizan. “Nosotros estamos aquí contigo para ayudarte”. En el horizonte se perfila ya la posibilidad de marcharse a un piso de alquiler en la cercana calle López de Gomara. El precio mensual es de 500 euros, a lo que se suman otros 1.000 de entrada. Luisa cobra una pensión de 600 euros. Su hijo, de 51 años, está en paro y acabando de cobrar la ayuda de 421 euros.

El reloj marca ya las diez de la mañana. La noticia de que el desahucio no se producirá esta mañana va cobrando fuerza. Enrique afirma que su abogado de oficio lo ha sabido por boca del letrado de la parte contraria. En la calle, las personas concentradas para apoyar a la familia aguardan la noticia sin creerla del todo. Un patrullero de la Policía Nacional hace su irrupción en la plaza media hora más tarde. Los agentes aseguran que el desalojo no se hará efectivo. Una activista responde escéptica que “no hay más verdad que la escrita”. A los pocos minutos llega un coche más. Dos policías suben a la vivienda acompañados de un miembro de la PAH.


La espera es tensa. Se especula con una estrategia de distracción para que la concentración se disuelva y poder actuar. En un momento determinado, una activista grita desde la ventana de las escaleras del bloque. “¡El desahucio se ha parado!”. Las palmas y los vítores de “sí se puede” inundan la plaza. Enrique se asoma a la calle. “¡Muchas gracias a todos por vuestro apoyo!”. La jueza ha aplazado el lanzamiento 30 días, hasta el 20 de diciembre. El hijo de Luisa asegura que la magistrada no tendrá en cuenta ningún tipo de circunstancia, ni siquiera la enfermedad de su madre o las cercanas fechas de Navidad. Mientras el júbilo resuena en la calle, Enrique decide mantener empaquetados todos sus enseres en las cajas que ya estaban amontonadas en un cuarto polvoriento, a la espera de lo que suceda ese día.

J. Rodríguez / G. Verdugo
 

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