viernes, 13 de diciembre de 2013

En los últimos tiempos parece que los periodistas estamos de enhorabuena. La crisis, con sus recortes y la disminución de puestos de trabajo y de derechos, en especial en las administraciones, ha tenido como consecuencia la proliferación de gargantas profundas que está contribuyendo de manera destacada a que vean la luz la mayoría de los casos de corrupción que ocupan cada día las portadas de los medios. Son lo que se conoce en el argot como fuentes “heridas”.

En el escándalo de los suntuosos gastos de UGT endosados a las subvenciones públicas recibidas de la Junta de Andalucía, la organización sindical no ha dudado en apuntar hacia uno de sus trabajadores. Lo acusa de ser el responsable de la desaparición de centenares de archivos informáticos con información delicada sobre la gestión del sindicato, cosa que él niega de manera rotunda. Es seguro que no es el único caso en el que ha sucedido algo parecido. Puede ser una estrategia desesperada de la cúpula sindical. Ni siquiera se lo cree la cúpula nacional del sindicato. Pero también es probable que sea un fiel reflejo de una realidad latente.

Es sólo un ejemplo de lo que está sucediendo en la trastienda de muchas administraciones, organismos y empresas públicas que manejan a su antojo los fondos procedentes del erario público. Buena parte de los escándalos en los que se ha visto involucrada la Junta de Andalucía en los últimos tiempos es más que probable que tengan su origen en la ira de un funcionario despechado. Incluso han aparecido por ahí listas de correos para distribuir los documentos y que obtengan la máxima difusión posible.

Puede que muchos lo entiendan como un servicio a la ciudadanía, a la transparencia y a la libertad de información. Pero no es así, hay que dejarlo bien claro. Tras este comportamiento se ocultan una serie de intereses que no siempre buscan la información relevante para el ciudadano o el ejercicio de ciudadanía responsable que supone denunciar el conocimiento de un delito o del mal uso del dinero público. Aún reconociendo que siempre puede haber excepciones.

La información delicada no está en manos de este tipo de personas por casualidad. Los jefes son jefes, pero rara vez tan estúpidos. Cuando a alguien se le permite el acceso a este tipo de información es porque se confía en su discreción, cuando no en su complicidad. Y eso no es un proceso de un día, o de la inspiración del superior de turno. Es un proceso meditado y prolongado en el tiempo, donde los departamentos de recursos humanos juegan un papel crucial.

La mayoría de estas personas conocían esa información escandalosa desde mucho antes. Sabían de su existencia y callaban, quizás por connivencia, o porque todavía no les habían tocado su estabilidad o la seguridad de su familia. Puede que incluso alguno haya utilizado el conocimiento de esa información delicada en beneficio propio. Ya saben, utilizar la complicidad del silencio para intentar medrar o para conseguir un complemento antes inalcanzable. Suele ser bastante habitual.

Sólo ahora, cuando han visto en peligro inminente su estatus a causa de los recortes indiscriminados, se atreven a sacarla a la luz pública. Sigue siendo una utilización de la información privilegiada en función de sus intereses particulares. Nada de servicio a la ciudadanía, ni de defensa de lo público, ni otra cosa por el estilo. Puro egoísmo corporativista. Cuando antes han callado aún sabiendo y ahora desvelan es porque es lo más adecuado a sus intereses personales. Nada más. No busquen héroes donde antes ha anidado siempre la cobardía.

Gregorio Verdugo

 

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